PERO PARA PODER VER EL ROSTRO DE DIOS, NECESITAMOS UN
CORAZÓN LIMPIO, UN CORAZÓN LLENO DE AMOR, Y UNO SOLAMENTE PUEDE TENER SU
CORAZÓN DE ESA FORMA SI EL MISMO ES COMPLETAMENTE PURO, LIMPIO Y LIBRE.
MIENTRAS NO SEAMOS CAPACES DE ESCUCHAR ESA VOZ EN NUESTRO PROPIO CORAZÓN, DE
OÍR LA VOZ DE DIOS CUANDO NOS HABLA EN EL SILENCIO DE NUESTRO CORAZÓN, NO
SEREMOS CAPACES DE EXPRESAR NUESTRO AMOR A TRAVÉS DE LA ACCIÓN...
DIOS VIVE EN NOSOTROS. ESO ES LO QUE LE DA TAN
INTENSO PODER. NO IMPORTA DÓNDE ESTEMOS, MIENTRAS MANTENGAMOS PURO A
NUESTRO CORAZÓN. EL ESTÁ ALLÍ CON NOSOTROS Y DENTRO DE NOSOTROS LAS
VENTICUATRO HORAS DEL DÍA. EL NOS DICE : " AMA A TU PRÓJIMO COMO
TE AMAS A TI MISMO ". PUREZA DE CORAZÓN SIGNIFICA
TOTAL APERTURA, TOTAL LIBERTAD, UNA TOTAL LIBERACIÓN, QUE NOS PERMITA AMAR A
DIOS SIN IMPEDIMENTOS, SIN OBSTÁCULOS. CUANDO EL PECADO ENTRA EN NUESTRAS
VIDAS, SE CONSTITUYE EN UN OBSTÁCULO PERSONAL ENTRE NOSOTROS Y DIOS.
DIOS NO PUEDE ACTUAR A TRAVÉS DE NOSOTROS Y DARNOS FUERZAS, SI EL PECADO SE
INTERPONE ENTRE EL Y NOSOTROS. EL PECADO ES SINÓNIMO DE ESCLAVITUD.
LA ORACIÓN NOS DARÁ UN CORAZÓN LIMPIO QUE NOS
PERMITIRÁ VER A DIOS. Y, SI VEMOS A DIOS EN NUESTRO PRÓJIMO, TAMBIÉN
APRENDEREMOS A AMARNOS LOS UNOS A LOS OTROS.
LA AMARGURA Y EL ORGULLO SON HERMANOS GEMELOS Y EL MAL
HUMOR Y LA IRRITABILIDAD SON SUS INSEPARABLES ACOMPAÑANTES. NO PERMITAS
QUE PERMANEZCAN EN TU CORAZÓN CUANDO TE ACERQUES AL ALTAR DE DIOS. VE CON
EL CORAZÓN LIMPIO Y PURO. ELLO TE PERMITIRÁ VER A DIOS.
DONDEQUIERA QUE VAYAS, BUSCA SIEMPRE LA BELLEZA Y LA
INMENSA BONDAD DE DIOS.
PIDAMOS A NUESTRA SEÑORA QUE NUESTROS CORAZONES SE
MANTENGAN PUROS, A FIN DE QUE PODAMOS AMAR A
CRISTO, SU HIJO, CON TERNURA Y AMOR...
ELEVEMOS A NUESTRA SEÑORA NUESTRA PLEGARIA, DE TODO
CORAZÓN :
MARÍA, MADRE DE JESÚS,
SÉ NUESTRA MADRE, PARA QUE AL IGUAL QUE TÚ,
SEAMOS PUROS DE CORAZÓN;
PARA QUE, AL IGUAL QUE TÚ,
SEPAMOS AMAR A JESÚS;
PARA QUE, AL IGUAL QUE TÚ,
SIRVAMOS A LOS MÁS POBRES DE LOS POBRES,
A TRAVÉS DE NUESTRA PROPIA POBREZA.
Amor, Un fruto Siempre Maduro
Madre Teresa de Calcuta